25 agosto, 2009

Benítez o the feeling of nervousness


Ayer, a pesar de ser lunes, tocó noche de fútbol. Por un lado, en la Sexta, se jugaba el trofeo Santiago Bernabéu, en el que como cada año, el Real Madrid se presenta oficialmente ante su público, que este año parece más entregado que nunca gracias a la ilusionante etapa que Florentino Pérez ha resuelto comenzar. En el otro extremo, en el del canal público Teledeporte, los últimos coletazos de la tercera jornada de la Premier League nos dejaban un interesantísimo Liverpool-Aston Villa en el que, a diferencia del partido de Chamartín, el ritmo de la competición nos permitió disfrutar de un fútbol más vistoso y aguerrido, más propio de las fechas en las que nos adentramos.

En el choque que se vivió en Madrid, la historia no iba más allá de saber cuántos goles sería capaz de hacer el madrid a los noruegos del Rosenborg, antaño uno de los fijos en la fase de grupos de la Liga de Campeones. El partido, cuyos prolegómenos estuvieron protagonizados por la emotiva despedida de Michel Salgado, que deja diez años de fútbol, garra y entrega en el coliseo de Concha Espina, no supuso un duro trámite para un Real Madrid que, a instancias de Pellegrini y a falta de un rival de mayor entidad, puso en el terreno de juego toda la artillería pesada para que, cumplidos los noventa minutos reglamentarios, el electrónico reflejara un incontestable 4-0. Un resultado este que se antoja corto tras lo visto en una primera parte en la que el rival escogido por la entidad merengue, cuestiones publicitarias al margen y como dijera Inda, el difícilmente calificable director del diario Marca, no pasaba de ser "un equipo de los de arriba en segunda".

Otro cantar, como ya anunciara en el primer párrafo, fue el encuentro de la Liga inglesa disputado en Anfield, en el que el Liverpool cayó ante los villanos de Birmingham. Hacía ocho temporadas que los de Martin O'Neill no conseguían mojarles la oreja a los de Benítez y ha sido, justo esta temporada, en la que los Scousers han perdido a tanto jugador clave, en la que han vuelto a conseguir la victoria. Está claro que las bajas han mermado la capacidad de actuación de los Reds, pero han de ser conscientes, y el técnico el primero, de que como equipo grande que han sido y son, no pueden realizar un comienzo de temporada tan desastroso como el que están protagonizando este año. Tres partidos, dos derrotas -las mismas que en toda la temporada pasada- y una victoria, por 4-0, en la que, marcador abultado mediante y a tenor de los manifestado por los periodistas deportivos que les siguen, el juego realizado dejó mucho que desear.

Comentábamos el otro día, tras la primera jornada, en la que el Liverpool fue vapuleado por el Tottenham, que el mejor jugador Red aquel día fue el madrileño Pepe Reina. Ya aquello nos pareció que reflejaba bastante bien el tono con el que los de Anfield comenzaban la temporada. Eso, que pudo no pasar de un mal comienzo, lleva trazas de convertirse en una constante que provoque en los scousers un clima de ansiedad y desasosiego nada bueno para el devenir de la temporada.

Ya ayer los primeros síntomas de la enfermedad, cuyo remedio no parece pasar únicamente por la recuperación del italiano Aquilani, se dejaron sentir en la parroquia liverpudlian. El absurdo penalty cometido por Gerrard, cuando su equipo acababa de recortar diferencias merced a un gol del Torres, es una buena muestra del desconcierto en el que parece se está adentrando el conjunto. Pero nada comparable con el estado de crispación del que hizo gala el técnico español, Rafa Benítez, cuyas protestas y airados aspavientos cada vez que se dirigía al árbitro asistente son una manifestación del cargado ambiente que se respira en Liverpool. El nerviosimo, como reza el titulo de este post, parece haberse apoderado del, hasta ahora, templado entrenador madrileño.

Mucho y muy rápido tienen que cambiar las cosas para que el cinco veces campeón de Europa vuelva a la senda de la victoria. La liga ya ha empezado -mal- para ellos y la Liga de Campeones está a la vuelta de la esquina. Ahí es nada.

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