
Deportivamente, el partido fue, simplemente, un baño de España a Alemania. Un repaso sin paliativos. Desde el primer minuto de partido, España llevó las riendas del encuentro. Alemania no estuvo dentro del partido nunca. Tras los primero compases, todos nos mirábamos incrédulos y no acertábamos a comprender cómo era posible que la selección que le había metido cuatro goles a Inglaterra, otros cuatro a Argentina y que llevaba la friolera de 13 goles en 6 partidos, no hubiera salido, siquiera, de su propio campo. Estaban acomplejados, hundidos y acogotados. El inmenso fútbol desarrollado por España desde que hace dos años les derrotáramos en Viena y la puesta en escena con la que los nuestros saltaron al campo este miércoles 7 de julio, que ya forma parte indeleble de la memoria colectiva, les hizo acobardarse como nunca antes lo había hecho ningún alemán. Era la confirmación del crecimiento de nuestro fútbol, de nuestros jugadores y de nuestras aspiraciones.
“Esto no puede ser" y "esto no es normal”, eran las frases que nos venían a los labios. Los comentarios giraban en torno a la furibunda reacción que todos esperábamos de los germanos. Ésta no se produjo y España, a la vista de la indolencia del adversario, fue creciéndose más y más hasta que llegó el minuto decisivo, el momento mágico de la noche. Sacó Xavi un corner desde la derecha y como si un ser superior le hubiese colocado invisible tras la línea de defensa germana, Puyol saltó con fuerza, se mantuvo en el aire durante unos segundos y cuando ya el balón se encontraba a la altura de su cabeza, giró enérgicamente el cuello, imprimiéndole a la pelota una velocidad que hizo inútil la estirada del portero Neuer. El balón se colaba dentro de la portería con la rabia y el aliento de un jugador, de un equipo y de toda una nación. Nunca olvidaremos las caras de los jugadores cuando se daban cuenta de que era gol. Ramos, Piqué, Villa, Iniesta… Todos corrieron como si la vida les fuese en ello a abrazar al goleador. La locura quedaba recogida en unas imágenes que veremos una y mil veces cuando queramos recordar esta gesta. Aquí, en España, la cosa no era muy diferente. Unos corrían para abrazarse a sus amigos y familiares, otro cogían a su pareja y les enchufaban el beso más irracional jamás dado y otros salían a la calle y gritaban a los cuatro vientos que España ya no sería nunca más el viejo país resignado al fracaso futbolístico. Memorable.


No sabemos cuándo se volverá a repetir algo parecido. Lo que es innegable y ello constituye la principal diferencia con el pasado, es que ahora somos muy conscientes de que, seguro, en el futuro nos volveremos a ver en una como esta. Y es que ya podemos sacar pecho y ya podemos decirle a cualquiera que somos GRANDES. Holanda, a temblar...
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